José García Nieto o para qué sirve un centenarioLa ocasión perdida de hacer balance de lo que queda de un autor que tuvo su tiempo y se fue borrandoLa Nueva España
¿Qué queda de la poesía de José García Nieto a los cien años de su nacimiento? Hay quien piensa que solo un adjetivo y un divertido capítulo en la novela de la literatura. El adjetivo, "garcilasista", le permite ocupar un sitio en todas las historias de la poesía española de posguerra; al principio representó un honor, luego se convirtió en una losa de la que no fue capaz de librarse, aunque se pasó el resto de su vida intentándolo.
El picaresco secreto que se escondía tras el premio Adonáis concedido en 1950 a la desconocida poetisa Juana García Noreña pronto fue un secreto a voces. El libro, Dama de soledad, fue recibido con unánimes elogios, incluso el exigente Juan Ramón Jiménez, allá en su exilio, aseguró que nos encontrábamos ante una obra maestra. Gerardo Diego, presidente del jurado, no fue menos parco en el elogio: Juana García Noreña aportaba una sensibilidad nueva a la poesía española, sus versos de amor solo los podía haber escrito una mujer. Pero a esa mujer no la conocía nadie. Una joven asturiana, Ángeles Fernández de la Borbolla, aspirante a escritora, habitual en las tertulias del Gijón, afirmó que era un pseudónimo suyo, cobró el importe del premio e incluso leyó públicamente los poemas del libro.